viernes, 24 de agosto de 2012

El sendero


Como una lluvia de dagas, los rayos del sol atraviesan mi cuerpo. No puedo enfrentar su rostro, sólo veo mis pies que se desplazan por el sendero, entre piedras, pastos y charcos. Mi cabello se pega a mi cara y las gotas saladas desbordan el incompleto dique que forman mis cejas. La visión se nubla por momentos y ya me arde esta caminata. Sólo me refresca el sonido del arroyo que cae a mi lado y me sirve de guía. La carga está pesada pero bien vale el esfuerzo. Un manto de algodón cruza el cielo sobre mí. Levanto mi cabeza y veo como el sendero y el arroyo, se escapan juntos hacia el verde profundo. Los sigo y me refugio de las llamas invisibles. Una manada de sombras me envuelve, me arrodillo casi venerando a mis verdes protectores. El agua está más fresca bajo este techo de ramas y hojas nuevas, se cuela por mis manos y aunque llega menos de la mitad a mi boca, alcanza para hidratar mi alma. Sería un buen momento para separarme del botín y descansar mi espalda, pero no queda mucho tiempo y siento ya, que carga y hombre somos uno. Abandono este pequeño oasis y sigo descendiendo junto a mi guía cristalino. Las quemaduras de mi piel reciben una tregua cuando todo comienza a oscurecer de pronto. Un estruendo hace temblar la montaña. El cielo entero se enciende un segundo dejándome ver sus venas. Las gotas golpean con furia el paisaje. Calman mis quemaduras pero duplican el peso que llevo. Ajusto las tiras de mi mochila y me aferro como nunca a mi tesoro. El sendero se mancha de piedras que forman escaleras naturales. Por momentos mis pies son cubiertos por agua y barro que bajan a toda velocidad. Ya no veo el camino pero sigo a tientas hacia la cornisa. El arroyo se separa del sendero. Es angosto el paso por la grieta de piedra, pero del otro lado estaré a pasos de huir con mi futuro asegurado. Es difícil el pasaje, debo ayudarme con mis manos. Abajo está ahora el arroyo amenazante.
Las manos todavía me tiemblan. Sigo escupiendo agua y casi no puedo escribir. En mis oídos sigue resonando ese estallido del cielo que me hizo perder el equilibrio. Los brazos del arroyo me llevaron hasta el fondo en pocos segundos. Las fuerzas naturales se aliaron en mi contra. Tuve que optar entre mi vida y la estatua dorada.
Lo que pertenece a la montaña morirá en la montaña.

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