.
.
Esta vez me va a escuchar. Se las voy a decir todas juntas. Y si me tiene que rajar que me raje, pero no aguanto más. Voy a ir ahora mismo a su escritorio y me va a escuchar. Y que me escuche toda la oficina. No me importa. Ahí voy...
Acá estoy... ah seguís hablando por teléfono, total no existo. No, no pongas esa carita. Vine a decirte que estoy harto de que siempre me hagas lo mismo. Te pido una bonificación para un cliente y me decís " si, no hay problema" y cuando vuelvo una semana después con la venta cerrada me decís "Yo no te dije eso. No le podemos bonificar". Y soy yo el que tiene que poner la cara. O cuando te pido un día por trámites y me decís "No hay drama, avisame un día antes" y después me decís "¿Mañana? Imposible, si querés otro día....." O lo que me hiciste con las vacaciones. Te pedí tres semanas juntas en Enero y me diste Febrero y separadas y después me dijiste que te debía una cerveza por las fechas que me conseguiste. No te contesté porque iba en cana.
Igual no pienso sacarte más tiempo así que no pongas caras. Vine a decirte, a advertirte, a comunicarte, que la próxima vez que me niegues algo que me dijiste, no voy a poner cara de frustración. Te voy a embocar directamente.
¿Esta claro?
Ah cortaste.
-Sí disculpa. No me largaba más el gerente. Parecés tenso. ¿Me querías decir algo?
.
...en la punta de las lenguas
Es el blog donde podés encontrar relatos divertidos, dramáticos, humorísticos y hasta de suspenso. También podés comentarlos y esperar uno nuevo cada semana.
martes, 28 de agosto de 2012
viernes, 24 de agosto de 2012
El sendero
Como una lluvia de dagas, los rayos del sol atraviesan mi cuerpo. No puedo enfrentar su rostro, sólo veo mis pies que se desplazan por el sendero, entre piedras, pastos y charcos. Mi cabello se pega a mi cara y las gotas saladas desbordan el incompleto dique que forman mis cejas. La visión se nubla por momentos y ya me arde esta caminata. Sólo me refresca el sonido del arroyo que cae a mi lado y me sirve de guía. La carga está pesada pero bien vale el esfuerzo. Un manto de algodón cruza el cielo sobre mí. Levanto mi cabeza y veo como el sendero y el arroyo, se escapan juntos hacia el verde profundo. Los sigo y me refugio de las llamas invisibles. Una manada de sombras me envuelve, me arrodillo casi venerando a mis verdes protectores. El agua está más fresca bajo este techo de ramas y hojas nuevas, se cuela por mis manos y aunque llega menos de la mitad a mi boca, alcanza para hidratar mi alma. Sería un buen momento para separarme del botín y descansar mi espalda, pero no queda mucho tiempo y siento ya, que carga y hombre somos uno. Abandono este pequeño oasis y sigo descendiendo junto a mi guía cristalino. Las quemaduras de mi piel reciben una tregua cuando todo comienza a oscurecer de pronto. Un estruendo hace temblar la montaña. El cielo entero se enciende un segundo dejándome ver sus venas. Las gotas golpean con furia el paisaje. Calman mis quemaduras pero duplican el peso que llevo. Ajusto las tiras de mi mochila y me aferro como nunca a mi tesoro. El sendero se mancha de piedras que forman escaleras naturales. Por momentos mis pies son cubiertos por agua y barro que bajan a toda velocidad. Ya no veo el camino pero sigo a tientas hacia la cornisa. El arroyo se separa del sendero. Es angosto el paso por la grieta de piedra, pero del otro lado estaré a pasos de huir con mi futuro asegurado. Es difícil el pasaje, debo ayudarme con mis manos. Abajo está ahora el arroyo amenazante.
Las manos todavía me tiemblan. Sigo escupiendo agua y casi no puedo escribir. En mis oídos sigue resonando ese estallido del cielo que me hizo perder el equilibrio. Los brazos del arroyo me llevaron hasta el fondo en pocos segundos. Las fuerzas naturales se aliaron en mi contra. Tuve que optar entre mi vida y la estatua dorada.
Lo que pertenece a la montaña morirá en la montaña.
martes, 21 de agosto de 2012
El reencuentro
-
Cuando recibí el llamado, aquel martes por la noche, sentí que el túnel del tiempo se abría frente a mis ojos. La voz de Marina sonaba igual que hace veinte años, cuando se fue del colegio.
La noticia de un reencuentro con mis compañeros de secundaria me sorprendió, pero la idea de volver a verla me hizo cancelar cualquier plan para ese finde.
Juntarnos en la quinta de los padres de Luciana fue una buena idea. Ahí mismo habíamos organizado una especie de despedida de quinto año, pocos meses antes de terminar el secundario. Aquella vez la pasamos muy bien. Hubo hamburguesas, fútbol, pileta, fotos, y hasta quedó tiempo para decirnos esas cosas que se sabe, uno no va a repetir por mucho tiempo.
La casa había estado deshabitada por muchos años y hacía apenas unos meses que Luciana y sus hermanos la estaban usando nuevamente.
Para mí estaba igual. Con ese mismo estilo que, aunque elegante, ya era viejo en aquella época. La entrada sobre la ruta seguía teniendo el mismo camino de polvo de ladrillo. Los árboles gigantes se sacudían al costado del camino, escoltándonos hasta la puerta. Adentro las paredes blancas se interrumpían con las vigas negras de madera que cruzaban el techo y dividían el comedor. Las sillas estaban en perfecto orden. Varios cuadros colgaban en las paredes y la araña central me hacía pensar en el trabajo que daría limpiarla. El comedor pretendía ser un modelo a escala del de un monarca. Un estilo medieval con el que soñaban sus padres.
Casi todos fueron puntuales. La reunión fue un poco rara al principio. Era difícil evitar la imagen que teníamos de nuestra adolescencia ya que solo en contados casos nos habíamos vuelto a ver con alguno de nuestros compañeros. Nuestro grupo era chico. Solo veintidós llegamos a quinto año, de los casi 40 que éramos en la primaria. Y no por ser menos, éramos más unidos. En Bariloche sentí que éramos 22 grupos de uno.
La cena transcurrió con anécdotas y características nuestras de aquellos años. Luego, la actualización de datos: competencia de divorcios o convivencias fallidas; hijos; algunos casos de soltería crónica etc.
Desde que llegué no pude evitar que me invadieran diferentes sensaciones. El olor a madera de la casa, se mezclaba ahora con el del vino tinto y los pollos a la parrilla. Durante la comida se escuchaban diferentes murmullos y los cuadros de las paredes parecían vigilarnos a todos en nombre de los antiguos dueños. Por momentos mis ojos se quedaban fijos y cruzaban toda la mesa hasta chocar en los de Marina. La casa entera parecía ir absorbiendo la energía del grupo y sacando lo peor de cada uno, a medida que transcurría la noche. Después de la comida, la buena onda inicial se fue tornando escasa. Con algunas copas demás algunos comenzaron a hacerse reclamos añejos. En pocas horas se habían formado las mismas alianzas de aquellos años. Un grupo se acerco al hogar, otros estaban en los sillones de pana, algunos se quedaron en la mesa y otros en la cocina.
Con Marina nos mirábamos sabiendo que, hacía muchos años, dejamos de pertenecer a ese grupo y que ni siquiera después de tanto tiempo se había vuelto un poco más interesante. Las luces eran tenues y faltaba el aire. Las llamas del hogar iluminaban las caras de las chicas más friolentas. De la cocina venían gritos y carcajadas de las criticonas. En la mesa, los más seriecitos.
Esquivé varios grupos para huir de la asfixia. Los ojos verdes de Marina me traspasaron el pecho cuando me la encontré en el pasillo. Casi nos chocamos, sonreímos un segundo y casi sin pensarlo junté mis labios contra los suyos. Nos apoyamos contra la pared y casi tiramos un cuadro. Separé mi cuerpo de ella para tomar aire, la miré y sonreí asintiendo cuando me dijo: “Por qué no nos vamos de acá”
.
Cuando recibí el llamado, aquel martes por la noche, sentí que el túnel del tiempo se abría frente a mis ojos. La voz de Marina sonaba igual que hace veinte años, cuando se fue del colegio.
La noticia de un reencuentro con mis compañeros de secundaria me sorprendió, pero la idea de volver a verla me hizo cancelar cualquier plan para ese finde.
Juntarnos en la quinta de los padres de Luciana fue una buena idea. Ahí mismo habíamos organizado una especie de despedida de quinto año, pocos meses antes de terminar el secundario. Aquella vez la pasamos muy bien. Hubo hamburguesas, fútbol, pileta, fotos, y hasta quedó tiempo para decirnos esas cosas que se sabe, uno no va a repetir por mucho tiempo.
La casa había estado deshabitada por muchos años y hacía apenas unos meses que Luciana y sus hermanos la estaban usando nuevamente.
Para mí estaba igual. Con ese mismo estilo que, aunque elegante, ya era viejo en aquella época. La entrada sobre la ruta seguía teniendo el mismo camino de polvo de ladrillo. Los árboles gigantes se sacudían al costado del camino, escoltándonos hasta la puerta. Adentro las paredes blancas se interrumpían con las vigas negras de madera que cruzaban el techo y dividían el comedor. Las sillas estaban en perfecto orden. Varios cuadros colgaban en las paredes y la araña central me hacía pensar en el trabajo que daría limpiarla. El comedor pretendía ser un modelo a escala del de un monarca. Un estilo medieval con el que soñaban sus padres.
Casi todos fueron puntuales. La reunión fue un poco rara al principio. Era difícil evitar la imagen que teníamos de nuestra adolescencia ya que solo en contados casos nos habíamos vuelto a ver con alguno de nuestros compañeros. Nuestro grupo era chico. Solo veintidós llegamos a quinto año, de los casi 40 que éramos en la primaria. Y no por ser menos, éramos más unidos. En Bariloche sentí que éramos 22 grupos de uno.
La cena transcurrió con anécdotas y características nuestras de aquellos años. Luego, la actualización de datos: competencia de divorcios o convivencias fallidas; hijos; algunos casos de soltería crónica etc.
Desde que llegué no pude evitar que me invadieran diferentes sensaciones. El olor a madera de la casa, se mezclaba ahora con el del vino tinto y los pollos a la parrilla. Durante la comida se escuchaban diferentes murmullos y los cuadros de las paredes parecían vigilarnos a todos en nombre de los antiguos dueños. Por momentos mis ojos se quedaban fijos y cruzaban toda la mesa hasta chocar en los de Marina. La casa entera parecía ir absorbiendo la energía del grupo y sacando lo peor de cada uno, a medida que transcurría la noche. Después de la comida, la buena onda inicial se fue tornando escasa. Con algunas copas demás algunos comenzaron a hacerse reclamos añejos. En pocas horas se habían formado las mismas alianzas de aquellos años. Un grupo se acerco al hogar, otros estaban en los sillones de pana, algunos se quedaron en la mesa y otros en la cocina.
Con Marina nos mirábamos sabiendo que, hacía muchos años, dejamos de pertenecer a ese grupo y que ni siquiera después de tanto tiempo se había vuelto un poco más interesante. Las luces eran tenues y faltaba el aire. Las llamas del hogar iluminaban las caras de las chicas más friolentas. De la cocina venían gritos y carcajadas de las criticonas. En la mesa, los más seriecitos.
Esquivé varios grupos para huir de la asfixia. Los ojos verdes de Marina me traspasaron el pecho cuando me la encontré en el pasillo. Casi nos chocamos, sonreímos un segundo y casi sin pensarlo junté mis labios contra los suyos. Nos apoyamos contra la pared y casi tiramos un cuadro. Separé mi cuerpo de ella para tomar aire, la miré y sonreí asintiendo cuando me dijo: “Por qué no nos vamos de acá”
.
sábado, 25 de octubre de 2008
Carta a Dios
.
.
................................................................................................................Buenos Aires, 3 de junio de 2008
Querido Dios:
Aclaro antes que nada que lo de “querido” es más un reconocimiento a tu popularidad, que una demostración mía de afecto. No lo digo para polemizar de entrada, simplemente me gusta dejar las cosas claras.
Te escribo esta vez, ya que el rezo no tiene el sabor artesanal de lo escrito. No sé si estás al tanto de las cosas que andan pasando por éstos continentes. Lo que se rumorea por acá es que tu último trabajo fue aquel de los 7 días y que después te excusaste con lo del “libre albedrío”. Y esto no lo digo yo, sino tus más fervientes admiradores. Se habló también de “la separación de las aguas” o lo del “pan y los pescados” pero hecho por gente allegada a vos, así que ahí tercerisaste. No digo esto para quitarte mérito, tengo que reconocer que lo de la “Creación” quedó bastante lindo, pero la idea del libre albedrío….. ¡En qué pensabas! Yo sé que el domingo es para descansar, pero qué te costaba un reglamento mínimo. Y no me vengas con lo de “los mandamientos” porque sabemos que más de la mitad son muy difíciles de cumplir y ni siquiera tienen tu firma con lo cual nos pasaríamos siglos discutiendo quién los escribió, que es lo que nos pasa con la Biblia, sin contar las mil contradicciones que posee. El fin de ésta carta no es retarte, pero ésta la tenía atragantada hace rato. Disculpame.
Quería contarte que últimamente estuve charlando con tus fans de distintas corrientes, y me sorprendió lo cerrados que son. Todos tratan de llevarme a sus distintas sedes para que me comunique con vos, como si hubiera mejor señal ahí o algo por el estilo. Yo les explico que no es mala onda, sino que lo que no me cierra es ese hombre al frente del público que dice ser vocero tuyo. No me parece que hayas dicho lo que él dice que dijiste. ¿Me seguís? Les conté cómo funciona nuestra relación. Les dije que tenemos un vínculo espiritual. Yo te propuse un convenio y vos callaste otorgándome como dice el dicho. Me miraban extrañados cómo si estuviera diciendo una ridiculés, así que les dije: “Yo trato de ser mejor persona cada día y cuando puedo ayudo a alguien, él a cambio me dá una mano cuando se me complica la cosa”. No sabés como se pusieron. No podían creer que tuviera línea directa. Estaban furiosos como si yo cruzara la frontera sin documentos, mientras ellos hacían la cola en la aduana, todos los domingos.
Les dije que vos eras un ser abierto, que tus años de experiencia te habían permitido eliminar a los intermediarios, y que no podías andar todo el tiempo tomando represalias porque te llenaba de ondas negativas. Parecía mentira ver a esa gente que siempre profesa el amor, con una expresión tan contradictoria.
Tuve que decirles que iba a meditar su propuesta para que no se angustiaran tanto.
No quería amargarte la tarde con estas noticias, sé que te gusta ver el atardecer tranquilo. Pero me veía en la obligación de informarte que hay mucha gente hablando en nombre tuyo y sospecho que no todos tienen tu aval.
Bueno me despido y sabés que podés contar conmigo para lo que necesites.
Un abrazo simbólico, y no te cuelgues para responder.
Querido Dios:
Aclaro antes que nada que lo de “querido” es más un reconocimiento a tu popularidad, que una demostración mía de afecto. No lo digo para polemizar de entrada, simplemente me gusta dejar las cosas claras.
Te escribo esta vez, ya que el rezo no tiene el sabor artesanal de lo escrito. No sé si estás al tanto de las cosas que andan pasando por éstos continentes. Lo que se rumorea por acá es que tu último trabajo fue aquel de los 7 días y que después te excusaste con lo del “libre albedrío”. Y esto no lo digo yo, sino tus más fervientes admiradores. Se habló también de “la separación de las aguas” o lo del “pan y los pescados” pero hecho por gente allegada a vos, así que ahí tercerisaste. No digo esto para quitarte mérito, tengo que reconocer que lo de la “Creación” quedó bastante lindo, pero la idea del libre albedrío….. ¡En qué pensabas! Yo sé que el domingo es para descansar, pero qué te costaba un reglamento mínimo. Y no me vengas con lo de “los mandamientos” porque sabemos que más de la mitad son muy difíciles de cumplir y ni siquiera tienen tu firma con lo cual nos pasaríamos siglos discutiendo quién los escribió, que es lo que nos pasa con la Biblia, sin contar las mil contradicciones que posee. El fin de ésta carta no es retarte, pero ésta la tenía atragantada hace rato. Disculpame.
Quería contarte que últimamente estuve charlando con tus fans de distintas corrientes, y me sorprendió lo cerrados que son. Todos tratan de llevarme a sus distintas sedes para que me comunique con vos, como si hubiera mejor señal ahí o algo por el estilo. Yo les explico que no es mala onda, sino que lo que no me cierra es ese hombre al frente del público que dice ser vocero tuyo. No me parece que hayas dicho lo que él dice que dijiste. ¿Me seguís? Les conté cómo funciona nuestra relación. Les dije que tenemos un vínculo espiritual. Yo te propuse un convenio y vos callaste otorgándome como dice el dicho. Me miraban extrañados cómo si estuviera diciendo una ridiculés, así que les dije: “Yo trato de ser mejor persona cada día y cuando puedo ayudo a alguien, él a cambio me dá una mano cuando se me complica la cosa”. No sabés como se pusieron. No podían creer que tuviera línea directa. Estaban furiosos como si yo cruzara la frontera sin documentos, mientras ellos hacían la cola en la aduana, todos los domingos.
Les dije que vos eras un ser abierto, que tus años de experiencia te habían permitido eliminar a los intermediarios, y que no podías andar todo el tiempo tomando represalias porque te llenaba de ondas negativas. Parecía mentira ver a esa gente que siempre profesa el amor, con una expresión tan contradictoria.
Tuve que decirles que iba a meditar su propuesta para que no se angustiaran tanto.
No quería amargarte la tarde con estas noticias, sé que te gusta ver el atardecer tranquilo. Pero me veía en la obligación de informarte que hay mucha gente hablando en nombre tuyo y sospecho que no todos tienen tu aval.
Bueno me despido y sabés que podés contar conmigo para lo que necesites.
Un abrazo simbólico, y no te cuelgues para responder.
.
viernes, 10 de octubre de 2008
jueves, 9 de octubre de 2008
La globalización del aislamiento
.
.
¿Estás conectado? Esta frase es muy escuchada o leída últimamente. Lo paradójico es que mientras más conectados vivimos, mas aislados estamos. Si hace diez años hubiese escuchado que “fulanito” estaba conectado, la primera imagen de mi mente hubiera sido la de alguien al lado de un respirador artificial. Sin embargo hoy en día “si no te conectas” estás fuera de onda. Si no estás en un grupo electrónico donde ves fotos de gente que no conocés, pero que tildás de amigos aunque nunca hayas escuchado su voz o visto su rostro cara a cara, te sentís en falta. Pero la tecnología no es la culpable, sino la aplicación que le damos.
Vivimos en un mundo que se volvió violento, cruel y frío.
Todos queremos comunicarnos, pero tenemos miedo. Miedo a que no nos acepten. Miedo a no hacer o decir lo correcto. Miedo a arriesgar una sonrisa. Miedo a mostrar un sentimiento.
Nos ocultamos detrás de un mensaje de texto. Nos olvidamos como era decir algo desde nuestro pecho.
Es más fácil navegar en el espacio electrónico con un nombre falso, que salir bajo la lluvia una noche de verano y llegar corriendo con el corazón aturdiéndonos porque estamos por ver a esa persona que conocimos en una fiesta. Esa que sí vimos. Esa con la que bailamos y nos reímos. Esa a la que también pudimos verle alguna arruga cuando amaneció y no nos importó porque hablamos sin parar toda la noche.
La tecnología nos permitió saber que fue de la vida de aquel compañero de secundaria que no veíamos hace veinte años o hablar a bajo costo con un pariente que se fue a otro país por trabajo. Pero también si la dejamos nos lleva a un mundo donde tenemos un rectángulo de cristal enfrente nuestro con el que creemos tener un vínculo que solo existe en nuestra mente.
.
.
¿Estás conectado? Esta frase es muy escuchada o leída últimamente. Lo paradójico es que mientras más conectados vivimos, mas aislados estamos. Si hace diez años hubiese escuchado que “fulanito” estaba conectado, la primera imagen de mi mente hubiera sido la de alguien al lado de un respirador artificial. Sin embargo hoy en día “si no te conectas” estás fuera de onda. Si no estás en un grupo electrónico donde ves fotos de gente que no conocés, pero que tildás de amigos aunque nunca hayas escuchado su voz o visto su rostro cara a cara, te sentís en falta. Pero la tecnología no es la culpable, sino la aplicación que le damos.
Vivimos en un mundo que se volvió violento, cruel y frío.
Todos queremos comunicarnos, pero tenemos miedo. Miedo a que no nos acepten. Miedo a no hacer o decir lo correcto. Miedo a arriesgar una sonrisa. Miedo a mostrar un sentimiento.
Nos ocultamos detrás de un mensaje de texto. Nos olvidamos como era decir algo desde nuestro pecho.
Es más fácil navegar en el espacio electrónico con un nombre falso, que salir bajo la lluvia una noche de verano y llegar corriendo con el corazón aturdiéndonos porque estamos por ver a esa persona que conocimos en una fiesta. Esa que sí vimos. Esa con la que bailamos y nos reímos. Esa a la que también pudimos verle alguna arruga cuando amaneció y no nos importó porque hablamos sin parar toda la noche.
La tecnología nos permitió saber que fue de la vida de aquel compañero de secundaria que no veíamos hace veinte años o hablar a bajo costo con un pariente que se fue a otro país por trabajo. Pero también si la dejamos nos lleva a un mundo donde tenemos un rectángulo de cristal enfrente nuestro con el que creemos tener un vínculo que solo existe en nuestra mente.
.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)